El viernes entendí cómo
estallan los recuerdos, las paranoias, los dolores encapsulados, y la importancia de adquirir
destreza en su manejo para que no me invadan. También identifique las potenciales relaciónes entre el ordenador y los
programas como metáfora de mi cerebro, es decir, de mi vida, y
también de la vuestra. Reconocí la utilización aberrante de
la palabra autoestima, otra que sirve para un roto y un descosido. Nadie está libre
de contagios. Erradicada.Y supe de cómo se comporta la herencia
genética y cómo me comporto yo, y nada es la misma cosa. Recibí felicitaciones, tuvimos una coincidencia plena en que hay
salud en lo que entiendo por amor, hasta en el caso más sospechoso.
Recibí el certificado de adulta definitiva y el redito de la
apuesta por la claridad.
Todo eso en dos horas. O
en treinta años.
-Yo en dios no creo pero
en tu padre sí, aunque no lo conozco, sólo lo he visto una vez.
Le dije a Pilar
Sopesens que fue mi alumna.
-Los coches pasan la ITV
con tranquilidad. ¡Qué más natural que la pases tú que trabajas
con la cabeza!
Dijo Matías cuando me
dejó en la puerta.
El Azaaaaar, Javier vive
en la misma vereda, dos números antes. Y fue un gusto pasar ufana y
entera, más yo, a presumir ante mi maestro de serenidad, por fin. Me
invitó a comer nada menos que pulpo al a brasa. Y ahí viene otro
gran descubriento. El dueño del restaurante es amigo de Javier,
bueno, como todo su barrio, y nos contó que su plato preferido son
las alcachofas al puñetazo. Las hice ayer para cenar ¡qué gusto
que te enseñe el que sabe!
-Le quitas el rabo a la
alcachofa, le das un puñetazo hasta que se abran todas las hojas.
Sal, aceite ypimentón. Diez mitutos
de microondas y si quieres jamón por encima.
-Esto más que un plato
parece una metáfora, dijo mi padre, cuando después de un buen rato
llegamos al corazón, donde termina la alcachofa y pierde lo amargo.
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