Con la McCullers no me pasa como con Lezama,
no la puedo imaginar como a una abuelita sabia, quizá porque sé que llegó
a la fiesta de su cincuenta cumpleaños en ambulancia. Núnca he
logrado averiguar qué parentesco tenemos pero “a veces
encontraba una línea o dos que me precisaban y aseguraban una docena
de cosas que sólo sabía a medias” diría
ella.
“No hay nada que te haga darte
tanta cuenta de la improvisación de la existencia humana como una
canción sin terminar, o un viejo cuaderno de direcciones”
Dice,
por ejemplo, y parece que asevera, pero su estrategia es erizar de
imágenes concretas y de ironía esas sentencias.
Supongo
que un buen cuentista es el que te enseña un gorro con orejeras que
no puedes olvidar, el del niño que vende periódicos en “un árbol,
una roca, una nube” y un buen narrador el que te convierte en una
oreja colorada por el frío que se retira un puñadito de lana para
poder seguir escuchando.
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