domingo, 18 de enero de 2015

Chez Carson



Con la McCullers no me pasa como con Lezama, no la puedo imaginar como a una abuelita sabia, quizá porque sé que llegó a la fiesta de su cincuenta cumpleaños en ambulancia. Núnca he logrado averiguar qué parentesco tenemos pero “a veces encontraba una línea o dos que me precisaban y aseguraban una docena de cosas que sólo sabía a medias” diría ella.

No hay nada que te haga darte tanta cuenta de la improvisación de la existencia humana como una canción sin terminar, o un viejo cuaderno de direcciones”

Dice, por ejemplo, y parece que asevera, pero su estrategia es erizar de imágenes concretas y de ironía esas sentencias.

Supongo que un buen cuentista es el que te enseña un gorro con orejeras que no puedes olvidar, el del niño que vende periódicos en “un árbol, una roca, una nube” y un buen narrador el que te convierte en una oreja colorada por el frío que se retira un puñadito de lana para poder seguir escuchando.



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