El sueño de cualquier narrador es
estar empantanado de memoria involuntaria porque entonces da igual lo
que cuenta, lo cuenta en un estado de gracia-sale como si hubiera tenido
dos vidas, una para vivir y otra para aprehender lo vivido-. En ese
estado, por nímio que sea su motivo, está anotando con la mano en el
entrecejo, con ese gesto que traducido significa: “quiero
verrrrrr”.
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No fue antes la foto, fue antes la
frase, mientras le preparaba a Mapi un pollo a la cerveza:
-No me gusta nada cómo estáis-dijo
(Mapi estaba deprimida y yo volvía cansada de Chalate). Me da igual
que sea mentira, pero el día que yo os diga, seguramente la semana
que viene, os necesito una tarde.
Y fuímos y nos disfrazó. Nos mandó a
la peluquería, de hecho a esas las llamábamos las fotos Loreal. Nos
maquilló, sugirió qué debíamos ponernos, me colgó sus perlas,
nos puso tacones, y nos mandó a casa de Francisco para que nos
retratara.
Si algo me parece redundante es que la
gente ponga fotos suyas en su casa, pero nos colgó allí, por
separado. Hoy he encontrado una en la que estamos juntas. Ahora entiendo porque mi hermana se ha pegado la vida diciendo:
-no me mireeeeeeeeeees.
-no me mireeeeeeeeeees.
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P. D. De la memoria voluntaria casi
siempre provienen vulgaridades, no lo digo yo, lo sabía Proust.
2 comentarios:
Precioso texto, preciosa foto y aún mejor recuerdo.
Abrazo. Eva.
Me llegan tus abrazos a través de Mapi.
Podíamos pillar a Miguel para un encuentro torrentino.
Gracias, y otro abrazo gordo Eva
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