Teníamos clase de religión los viernes por la tarde y un buen día se me ocurrió no ir. Estaba segura de que no iba a pasar nada. Decidí no ir porque había cogido un libro de Machado en la biblioteca de la tía Emma después de comer y quería seguir leyendo, además Mosén Andrés me irritaba, siempre me ha irritado mucho que me hagan perder el tiempo. Si lo pierdo yo porque quiero, pues bueno. De tres a cinco tenía que volverme invisible, así que tiré hacia el campo y encontré una noguera debajo de la que estuve sentada años, hasta recibía debajo de aquel árbol. No fuí a una sola clase de religión ni en séptimo ni en octavo. El Mosén no dijo nada, lo debió aliviar mi ausencia, y yo seguí leyendo allí debajo todos los viernes por la tarde. Qué raro tanto respeto. Cortaron aquella noguera cuando tenía diecisiete años y aún recuerdo el disgusto la tarde que fuí y no estaba.
También recuerdo que mi madre me recitaba mucho a Machado de niña, así que para acabar el día, cómo no, Machado.
Sobre la tierra amarga, caminos tiene el sueño...
Sobre la tierra amarga, caminos tiene el sueño
laberínticos, sendas tortuosas,
parques en flor y en sombra y en silencio;
criptas hondas, escalas sobre estrellas;
retablos de esperanzas y recuerdos.
Figurillas que pasan y sonríen
-juguetes melancólicos de viejo-;
imágenes amigas,
a la vuelta florida del sendero,
y quimeras rosadas
que hacen camino... lejos...
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