Poras Chaudhary
Próximamente tendré una nueva alumna, es nica y no maneja
computadoras, así que le he dicho que se venga a casa, ni modo. A los cinco
minutos ya estábamos negociando el precio en el que cabían mucho más que euros:
la posibilidad de un lagomoto en Managua, los cafetines de la Uca, los tamales
y unos plátanos fritos con crema para desayunar los martes
Eso me ha recordado una comida con la madre de Carmen París,
una de mis grandes maestras. Su hermana, Belén, dijo que en su clase había un
chino, a lo que Adelina, una sabia, respondió:
-¿Y por qué no lo has traído? ¿Para qué crees que te
pago la universidad?¿para que aprendas declinaciones? Eso sí era una
oportunidad: ponga un chino a su mesa.(1)
Adelina, que declinaba como los ángeles, había salido de
extra en la película Calle Mayor y amaba sobre todas las cosas la música. Hablábamos y hablábamos: de cocina, de literatura y sobre todo de mitología griega, alrededor de la
estufa de leña, en aquel seno materno siempre abierto: el bar París. Ahora
tiene Alzheimer y cuando nos vemos nos tocamos mucho las manos. No sólo me
reconoce, el otro día me dijo:
-Estás bien gorda.
1-Eso pasó hace un poquito, cuando ninguno de nosotros habíamos
visto hoja verde, yo al segundo negro que vi, lo vi en París. A veces pienso que
somos una pobre gente que ha hecho demasiado deprisa un viaje muy largo.
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