Por fin
bajé ayer a la civilización después de un mes y un poco, y llegué en el momento
exacto para asistir a la decadencia post vacacional en todo su jugo. Desde
chica me atraen los lugares cuando se quedan desiertos, siempre me quedaba la
última para ver el aula vacía o esperaba hasta el final de las fiestas como si
los vasos y las mesas mostosas me fueran a transmitir un importante mensaje.
Me
produjo un sobresalto estacional ver el chiringuito convertido en piezas
sueltas, esperando a una barca en la
orilla. Un poco más tarde llegaron Justo y sus parroquianos remando y sólo nos
faltaron un par de acordes de su saxo para adornar ese momento de absoluto, la
botadura del invierno.
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