La
llegada sucedió exactamente en la rotonda de Motril, cuando vi a alguien
sacando medio cuerpo por la ventanilla del copiloto mientras el conductor me
pitaba. -Que
pase por encima si tiene tanta prisa- pensé- no me juego el título de
conductora tranquila por nada. Me fijé un poco más y la loca que gritaba era la
niña Blanch, así que de Motril a Almuñecar cambié mi velocidad por la del rubio,
que nos llevó a la playa.
Me
molesta llamar a esto mis vacaciones. Lo único que hago en verano es volver a
casa. Tampoco
es un veraneo, porque me quedo todos los años a saludar un buen rato al otoño
que, por cierto, empezó ayer con una tormenta de las de por aquí, una de esas que
transforman tanto la luz que durante horas estás convencida de tener
premoniciones e intuir cambios inminentes, de las que empiezan con unas pocas
gotas pero de más de medio litro; a veces la primera bautiza a tu interlocutor
y lo deja triste para todo el día, y otras veces te cae a ti y no puedes
entender que el de enfrente siga tan seco.
Sé que
llega el otoño también porque todos empiezan a preguntarme que cuándo vuelvo. Para
venir esperé a que maduraran los primeros tomates, para volver voy a esperar a
comerme un par de granadas.
2 comentarios:
A mi me gustas siempre, pero más cuando estás allí, aunque suene mal, tú sabes que no.
gracias bombón.
¿nos reunimos para que nos cuentes la reunión?
muasssss
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