martes, 23 de julio de 2013

El laberinto y sus círculos giratorios


Anduve varios días por casa del abuelo Lezama, sembrando árboles en el abismo, que diría él. Imantando la Imago. Recolectando conjuros. Precisando la dispersión. Buscando recomendaciones. Siguiendo las espirales de esos caracoles iridiscentes que van del dolor a la risa. Tirándoles la telepatía a los primos del otro lado, que en cuanto me intuyeron empezaron a volar piscuchas.

El maestro cantor me recomendó esta vez leer el I Ching. Solo o colado por Jüng. Y me devolvió a otra casilla de salida ronroneándome analogías.


Le digo al amanecer
que venga pasito a paso,
con su vestido de raso
acabado de coser.
El Sinsonte vuelve ya
a lavarse en el cantío
que va murmurando el río
con alegre libertad
Su casa, en el caserío,
humea azul el cantar.

En el alba, en su rocío
la hoja pregunta al tacto
si es su carne o cristal frío
lo que siente en su contacto.
Rueda la hoja al río
y en su engaño se desliza,
es la moneda que irisa
el curso de la fluencia.



Las fotos me las mandó Neto, que las tomó burlando a un custodio de la casa. Al abuelo le hubiera gustado esa situación, ese arte de la mixtura que se produce cuando es burlado un custodio por un guanaco imantado llamado Neto y apellidado Flores, que se le lleva en la cámara la decoración y luego la propaga.

Gracias Neto.






"Todo este guirigay ha engendrado tan divertidas actitudes que espero algún día conversar con usted para que conozca el laberinto con todos sus puntos giratorios"

Me habrá dicho como despedida, para animar la vuelta.

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