Michel Davo
Otro momento iluminador fue cuando Aurora Egido metió una
morcilla en la explicación de una naumaquia y nos contó, con esa flema, la más
fina que he conocido, la congoja que le había causado enterarse de la
desaparición, en el Concilio Vaticano II, del Limbo.
Me acuerdo muchas veces, ¡cómo no voy a acordarme! Construyendo
un limbo, y conscientemente, llevo desde entonces (para escapar de tantos no-lugares es
necesario uno como el limbo, por lo menos)
Pero esta vez me acuerdo por algo concreto. El otro día vi
una comedia francesa y me identifiqué con la protagonista. Hasta ahí previsible, aunque ella era lo que vulgarmente se llamaría "tonta perdida". Pensé
“está en el limbo”. Y me asusté, porque la identificación no era con lo que le pasaba, era con ella entera. Pero luego me cayeron muy bien ella y mi
estupefacción. Menos mal. Con todo este lío quiero decir que hay un despiste vital elegido que lleva muy lejos, al Limbo, por ejemplo. (creo que se titulaba “Por fin viuda” ¡he
vuelto a enseñar la tramoya! Menos mal que nadie va a mirarla.)
2 comentarios:
jaja a mi la torpeza y el despiste me acompañan desde la cuna.....el limbo no es un lugar...creo que es un estado de ánimo perenne, y podría ser un club!! :)
pues como nombre para un club no te creas, que promete, y a mi me encantaría pertenecer a un club del que tú fueras miembro.
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