miércoles, 18 de julio de 2012

Vestigios del infierno y un primer plano desde el paraíso



El incendio nos llegó hasta el lindero, lamió las plataneras, quemó el Tamarit que a la caída del sol hacía que sonara la terraza de arriba como si cien personas se hubieran escondido detrás para comer pipas (eran las semillas, que se contraían con el frío de la sombra). Las llamas le pegaron lenguetazos a las seis plataneras, al olivo, a los chirimoyos,  a la menta, a la salvia, a dos limoneros, al pomelo gigante, y cuando los iban a engullir, pararon.

Pasé el primer día pensando que la Pacha Mama y el pensador africano habían acordado defendernos, pero enseguida llegó José, el hombre, y me contó que había sido mucho más terrenal el milagro: el incendio lo pilló regando, manguera en mano, como no hacía viento estuvo defendiendo el barranco hasta que llegaron los bomberos.

En la loma quedan los cadáveres de unas pocas chumberas,  un esqueleto de almendro, y esa gama de grises amenazadores que intentaron cruzar el barranco que recuerda al mundo, delimita aún más el paraíso, evoca el calcinado afuera. No evitamos mirarlo, pero también miramos al otro lado: se ve el mar, además tenemos por sombrero una parra.

-La podía haber podado bien pero yo sé que te gusta así, bien salvaje

Imagen Eva Rueda


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