jueves, 26 de julio de 2012

Antes de la azada


El lunes, cuando se fueron todos,  bajé sin querer a la civilización. Cuando volví tuve la impresión de que estaba recién llegada. Fue un gusto enfrentarse al caos porque reordenar, limpiar, es dialogar con la casa, y tenía esa conversación pendiente desde hace casi un año, además no tenía nada mejor que hacer.

Hasta ahora sólo he conquistado el ala norte. También he lavado muchísimas sábanas que no paran de aletear. A veces creo que el patio y yo vamos a salir volando.  Este porche le hubiera encantado a Buñuel que adoraba la ropa tendida.

El miércoles bajé a la civilización otra vez, a por plantas y herramientas.

En el jardín cada plantita emite metáforas, no son todas hermosas. Llevo dos días evitando estrangulamientos: la parra se enrosca en el  jazmín y la ipomea, que se defiende. Como no cambie la dirección de su desmesurado crecimiento, la estoy ayudando, José la matará de sed, que es como mata el José. Ya advirtió. La duranta se asfixia de hierbajos. A la flor de la pasión, a la roja, la cerca un ejército  de heterogéneos enemigos.

Gonzalo me hizo un diagnóstico jungiano teatralizado sobre esta pasión de quitar hierbas la noche que llegamos, y aunque todas las carcajadas son buenas, esas son las que prefiero de esta semana.

Como diría Ester este blog en verano parece un blog de jardinería. Pero Blanca siempre dice que nunca me ha visto tan feliz como cuando juego con la tierra. Antes de este compartimos varios jardines que, ahora lo sé, eran un ensayo: el de Ayutuxte 44, el de la San Antonio, y aquel tan efímero de Ámsterdam: lo pusimos por la mañana en el patio de la casa y por la tarde bajaron dos vecinas para decirnos que lo quitásemos, que era horrible y  que hacía daño a la vista. 

En el campo se tiene, todos los días, la certeza de haber terminado una tarea infinita, para celebrarlo por las noches preparo fuego.  Y al día siguiente vuelta a empezar.

Ayer puse en remojo la azada, se tiene que hinchar la madera, en cuanto baje el sol empezaré la con la selección de los motivos, de las escenas vivas sobre las que debo escribir. Por ejemplo la cena con el rubio, que versó sobre las dificultades para ser ser pesimista y alegre. Porque como diría mi nunca bien ponderado Gonzalo “la tristeza es justo la alegría del enemigo” Y también porque hay que intentar siempre lo más difícil.

La foto, también la de abajo, son un regalazo de Celia, esa bien hallada salmantina.



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