Hace
falta estar en un momento enérgico para enfrentarse a todos esos cuadernos. Empiezo
a embestirlos con método, no leo mucho rato seguido y aún así salgo
entelarañada de cada visita.
Me
salto párrafos y párrafos sólo porque tienen la letra tensa, regular, monótonamente
inclinada, y he encontrado personajes a los que no recuerdo, pero que durante unas pocas líneas me han devuelto un
sabor fuerte, ácido, de los que hacen encoger el entrecejo, reconcentrados como la ensalada de mango verde con cilantro y limón.
Hay
temporadas de las que todito quedaba consignado, soy re-anotona. Hoy me he leído
los cuadernos de las reuniones en las cooperativas y me ha gustado refrescar el
rico lenguaje comunal de aquellos ejidos. También anoté mil adivinanzas a las
que, de estar ahí tumbadas en el cuaderno, se les ha convertido en enigmática
hasta la respuesta. No entiendo nada de: “Un viejito en un cerrito que en el año pegaba
un grito” el Trapiche.
¿Qué
es un trapiche?
Anotaba
las canciones de Flor y de Toña, dos niñitas de siete años muy adultas con las que iba muchas mañanas a hacer la colada, bien temprano. Me han llegado mezcladas sus voces con el olor de las tortillas, del café de ocra y del camino del río
Tamulasco, y ahí he parado de leer.
Me
gusta lavar la ropa
a
ver que color me toca.
En
una fuente había un chorrito
se
hacía grandote
se
hacía chiquito
estaba
de mal humor
pobre
chorrito tenía calor.
P.D. a velocidad tecnológica me llega la respuesta, un trapiche es un molinillo de azúcar
P.D. a velocidad tecnológica me llega la respuesta, un trapiche es un molinillo de azúcar
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