martes, 3 de abril de 2012

Sobre la infancia, la imaginación y los juegos de ponerse límites



Días y días de lecturas mediocres quedan justificados cuando encuentro una o dos páginas de esas que me hacen dejar el libro y salir a dar un paseo.
Chesterton, como acostumbra, me conduce por un sendero iluminado amablemente a una conclusión polémica e inesperada. En este caso la justificación de su nacionalismo. Pero el camino me ha resultado delicioso, y el tema de la limitación y la creación es de mis preferidos.
A la vuelta del otro paseo, lluvioso, no he podido evitar ponerme copista.
Que aproveche:
"Me he peleado un par de veces con hombres mejores que yo, entusiastas de esa fantasía pueril sobre la realidad de la fantasía del niño. En primer lugar disiento de ellos cuando tratan la imaginación infantil como una especie de sueño; en cambio, yo la recuerdo como un hombre que sueña recordaría el mundo en que estaba despierto. En segundo lugar, niego que los niños hayan sufrido bajo la tiranía del cuento moral. Recuerdo muy bien la época en que la tiranía más espantosa hubiera sido arrebatarme aquellos cuentos morales. Y para aclarar esto, he de contradecir otra de esas conjeturas comúnmente aceptadas en la descripción romántica del amanecer del la vida. El asunto no es muy fácil de explicar; en realidad, he pasado la mayor parte de mi vida intentando explicarlo sin éxito. En cuanto al arsenal de libros mal construidos en lo que fracasé totalmente, no deseo detenerme, aunque tal vez, como definición general, podría resultar útil; y si no como definición, al menos como sugerencia. Desde el principio, me di cuenta-primero vagamente y luego, cada vez con más claridad-que la libertad se concibe como algo que simplemente funciona hacia fuera, mientras que para mí siempre fue algo que funcionaba hacia dentro.
La descripción poética de los primeros sueños de la vida suele ser una descripción del simple deseo de horizontes cada vez más amplios. Se supone que la imaginación se proyecta hacia el infinito, a pesar de que en ese sentido el infinito sea lo opuesto a la imaginación, porque la imaginación funciona siempre con imágenes. Y, por naturaleza, una imagen es algo que tiene un perfil y por tanto un límite. Sostengo, por paradójico que pueda parecer, que el niño no desea simplemente lanzarse por la ventana, volar por los aires o hundirse en el mar. Cuando desea ir a otros lugares, lo deseado siguen siendo lugares en los que nadie haya estado nunca. Pero en realidad, el asunto es aún más complicado. A la luz de los hechos, está claro que el niño está enamorado de los límites. Utiliza su imaginación para inventar límites imaginarios. Ni la niñera ni el ama de llaves le han dicho nunca que tenga el deber moral de pisar las losas alternas del pavimento. Deliberadamente, él elimina del mundo la mitad de las losas del pavimento para divertirse con el reto que se lanza a sí mismo. Practiqué ese juego con todas las esteras, tarimas y alfombras de la casa, y aun a riesgo de que me encierren por ello, he de admitir que aún sigo practicándolo. En ese sentido, siempre he tratado de recortar el espacio que realmente tenía a mi disposición; he intentado dividir y subdividir en esas felices prisiones la casa que podía recorrer con absoluta libertad. . Creo que en este capricho psicológico hay una verdad sin la cual el mundo moderno está perdiendo su principal oportunidad. Si observamos nuestros cuentos infantiles predilectos, o si por lo menos tenemos paciencia para releerlos, nos damos cuenta de que sostienen este punto de vista, a pesar de que durante mucho tiempo se haya pensado que apoyaban el punto de vista contrario. El encanto de Robinson Crusoe no está en que logre encontrar el camino hasta una remota isla, sino en que no puede encontrar el modo de salir de ella. Esto es lo que dota de interés y emoción a todas sus posesiones en la isla: el hacha, el loro, las armas y el pequeño depósito de grano. La historia de La Isla del Tesoro no es el testimonio de un vago deseo de embarcarse en un viaje por motivos de salud. Termina donde empezó, y empezó con Stevenson dibujando un mapa de la isla con todas sus bahías y cabos, recortados tan nítidamente como si fuera una greca. Y el eterno interés que despierta el Arca de Noé, considerada como un juguete, se debe a que transmite la idea de solidez y aislamiento, de criaturas fantásticas y lejanas entre sí, encerradas juntas en una caja, como si se le hubiera encargado a Noé que metiera la luna y el sol en su equipaje. En otras palabras, es exactamente el mismo juego que yo practicaba cuando apilaba todo lo que quería en un sofá e imaginaba que la alfombra que tenía a mi alrededor era el mar.
Este juego de ponerse límites es uno de los placeres secretos de la vida. Como dicen los manuales sobre este tipo de entretenimientos, se puede jugar de varias formas. Una buena forma de jugar es mirar la estantería de libros más cercana y preguntarse si uno se divertiría suficientemente con esa colección aleatoria de libros en el caso de no tener otros. Pero el elemento dominante es siempre ese principio de división y restricción que comienza como el niño jugando con las losas del pavimento. Insiste en esto porque, en lo que a mí respecta, debe entenderse como algo auténtico y firmemente arraigado si pretendo que tengan sentido el resto de opiniones que he expuesto sobre este asunto. Si alguien dice que he basado mi filosofía social en los juegos de un niño, estoy dispuesto a inclinar la cabeza en señal de asentimiento y sonreír.
Es importantísimo insistir en que no sé con exactitud en qué momento de mi infancia o de mi juventud la idea se consolidó como una especie de patriotismo local. Por su propia naturaleza (o quizá por algo mejor), un niño tiene la idea de fortificar y defender las cosas,; la idea de decir que es el rey del castillo, pero, sobre todo, de alegrarse de que el castillo sea tan pequeño. Pero como mi tesis sostiene que hay algo muy real detrás de todos esos primeros movimientos de la mente, no creo que me sorprendiera descubrir que este instinto se correspondía con una idea. Por una curiosa coincidencia en mi vida, acababa de nacer en mí algo parecido a una idea personal cuando descubrí que se afianzaba y sostenía en una idea colectiva. Si desde entonces he recurrido a las ideas colectivas, es decir, a lo que está fuera de mí, he intentado también explicar que lo más importante de todo aquello ya estaba en mi interior desde hacía mucho tiempo; tal vez desde mucho antes de que yo me diera cuenta."
G.K.Chesterton Autobiografía
Robert-Delaunay

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