Ayer, después de unas semanas de total vagabundaje y celebración ininterrumpida de la amistad, con bastantes de los importantes y en lugares diversos, antes de volver a casa para quedarme y hacer la digestión fui a Antígona con Inés, que ha venido a pasar unos días. Estando allí llamó Javier, y ya que seguía andando el carro de las afinidades, y como nunca es conveniente detenerlo, comimos con él en su barrio.
Después de tanto cariño hay que volver a casa bien pertrechada, con la confianza de que el mejor plan posible es el sofá y el silencio, y para garantizarlo no hay nada mejor que pasar la mañana escarbándole las estanterías a Pepito. Encontré la edición en Espiral de Magia Cotidiana, de André Bretón. Hay libros de los que le cuesta desprenderse, que era el primer libro que él había comprado a los diecisiete y ya no quedaban, me contó. Y es que cuando te llevas una de sus joyitas Pepe se pone alegre y triste a partes iguales.
Suele funcionar el azar cuando se está atento, nada más abrir el libro leí:
“…en cuanto a Gide-se resume así: es un brillante espécimen de una especie que nosotros, los surrealistas, no hemos dejado nunca de esperar que ha caducado: la del literato profesional, es decir, el individuo perpetuamente alampado de necesidad de escribir, de ser leído, traducido, comentado, del individuo convencido de que podrá con nosotros, de que podrá con la posterioridad a fuerza de abundancia, con tal de que la abundancia no excluya la calidad del estilo. Para esta clase de gentes, cualquier pretexto es bueno-y hasta la falta de pretexto-para agarrar una pluma. Yo confieso que, para mí, esto está en las antípodas de la vida. Pensad en la suficiencia o en el irracional optimismo que se necesita par pretender hasta ese punto interesar al universo por todo lo que le atañe a uno”
En los últimos meses me he encontrado con algunos que creen que les pertenece el lenguaje escrito y hasta lo verbalizan, lo dicen porque no pueden más. ¡Qué va a ser de las prerrogativas que se otorgaron a sí mismos con esta avalancha de intrusos!
Me produce tristeza el desprecio a todos los demás, es un espectáculo lamentable, sobre todo cuando se ha convertido en un hábito mental.
Encontré la foto de Pepito y Julia por ahí, y no recuerdo donde.
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