Empecé el periódico por la primera página aunque sé que eso altera todas mis sinapsis, enseguida me volvió a obsesionar una idea que me persigue desde siempre y que titulo “las patologías del dinero” y me puse a interpretar cada noticia como un informe devastador sobre la salud mental del planeta. Cuando hago eso termino muy mal.
Hoy he comido con Albereto y le he contado todas mis infantiles fantasías: nada de mandar a la cárcel a los corruptos, son enfermos graves. Sólo podrían reconocer la profundidad de su dolencia y curarse viviendo en el otro lado. A los de Gürtell, a los Urdangarin, a los ludopatas de las finanzas hay que aplicarles una terapia más seria: yo los mandaría a vivir en un piso de sindicatos y les daría trescientos euros al mes. Agua de su propio chocolate. Los 758 que según las estadísticas poseen el 80% de las grandes empresas mundiales también merecen urgentemente un tratamiento psiquiátrico, los recibe cualquier ludópata de tragaperras. Bueno, esas simplezas que repito siempre para desahogarme.
El otro día me encontré con un párrafo en La literatura del mal de Bataille que también me ha estado obsesionando:
“He aquí lo que tendremos que demostrar a este respecto. Lo mismo que algunos insectos, en condiciones determinadas, se dirigen juntos a un foco de luz, nosotros nos dirigimos todos a la parte opuesta de una región donde domina la muerte. El resorte de la actividad humana es, por lo general, el deseo de alcanzar el punto más alejado posible del terreno fúnebre (que se caracteriza por lo podrido, lo sucio, lo impuro): por todas partes borramos las huellas, los signos, lo símbolos de la muerte, a costa de incesantes esfuerzos. Llegamos a borrar incluso, si es posible, las huellas y los signos de esos esfuerzos. Nuestro deseo de elevarnos no es más que un síntoma, entre cientos, de esa fuerza que nos dirige hacia las antípodas de la muerte. El horror que experimentan los ricos ante los obreros, el pánico que sienten los pequeño burgueses ante la idea de caer en la condición obrera procede del hecho de que a sus ojos los pobres están más cerca que ellos de la guadaña de la muerte. Y a veces esos caminos turbios de la suciedad, de la impotencia, del lodazal, que se deslizan hacia la muerte, son objeto de la aversión aún más que la misma muerte”
Pero la revelación, la convicción de que tengo muchos, muchos, muchos cuentos sin escribir con el dinero como protagonista, la tuve en el lavabo.
Eché agua hirviendo en la preciosa poza de cristal de Nacho para hacerme vahos, a ver si podía respirar, y el cristal se rajó de punta a punta. Después del minuto de “no es posible”, como si fueran conejitos recién vomitados empezaron a salirme los títulos de esos cuentos. El arreglo me va a costar lo mismo que un ordenador, que el viaje pendiente a París y que diez cuotas de mantenimiento molinero… menos mal que pude recordar la convicción de los diez minutos anteriores: no hay relación sana posible con el dinero, ese instrumento maléfico, la única aspiración es pensar lo menos posible en él, ardua tarea porque es omnipresente. Como no hay escapatoria me he propuesto retratarlo en muchas las posturas. A ver si así lo neutralizo un poco, o, por lo menos, hago un diagnóstico más exacto de quien menos se lo espere.
Podemos empezar es la última frase de Paradiso.
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