No sé si lo había dicho.
Me gustan muchisimo los vinitos (que para mi se han convertido en agua mezclada con tres sorbos de tinto porque tengo que conducir), desde hace casi veinte años, en casa de Miguel, antes de cenar. Este año faltaba Roberto porque está en el Teide.
La llamada de Almenara:
-¡Lo prometimos!, prometimos escondernos un año debajo de la escalera con una botella de agua y una barra de pan ácimo y no salir hasta el ocho de enero. Este ya no nos da tiempo así que habrá que pasarse por el Chueca a tomar un vermout.
Todos los años uno de los dos dice lo mismo, a la misma hora.
El trajín de la cocina (sobre todo la ceremonia de rizar los cardos con hielo).
Los regalos de los gemelos: un camión con vacas y un traje de torero para Tomás. Una plataforma muy extraña para Alex.
Esta guirnalda de luces blancas que he colgado en el papiro y que quizá deje todo el año.
Las tardes leyendo arrebujada en el sofá con toquilla y manta. El gin-tonic de la paz con Mapi. El recuerdo de las navidades en el Molino. Carlos ingenioso (no te he entendido, ¡como estará nuestra comunicación que últimamente me hablas sin comas!).Mi madre diciendo otra vez lo mismo: el último año que preparamos tanta cena, porque así no llega nadie al cochinillo.
Y por fin el cansancio del día siguiente.
Y sobre todo el frío.
2 comentarios:
A mi no me gustan nada. Pero cada año sigo intentándolo.
Un beso, Miriam G.
Están bien los ritos navideños laicos, casi siempre amistosos, bien regados. Ah y sin comas.
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